DE LA FRUSTRACIÓN Y OTROS DEMONIOS

8:27 pm, lunes 1 de octubre, Bogotá (¿Año? ¿Creo que es 2018?)

Las manos sudorosas se frotan contra el pantalón. La respiración agitada y los nervios se aferran a mi cuerpo errante que va de un lado para otro recordando una y otra vez las líneas que pulí horas antes.

Procrastinar: ese acto de aplazar tareas, trabajos, responsabilidades o la vida misma, me ha acompañado desde hace ya un buen tiempo. Hace dos años decidí escribir mi historia de manera diferente. Tomé impulso para escribirle a Gonzalo y decirle que quería tomar su taller. Al buscar su contacto en facebook, me di cuenta de que le había escrito en otras dos ocasiones para preguntarle sobre lo mismo, cada una en un año diferente. Programas la cita y esta vez ya no habría marcha atrás, o por lo menos eso quise creer.

En principio, asistí con juicio a sus clases, pero a medida que pasaba el tiempo, pasaba también mi entusiasmo, y empezaba a ocupar terreno mi constante cuestionamiento acerca de que si ese era el camino que quería seguir, y a este se sumaron las dudas y el auto sabotaje. Hice las tareas, revisé las correcciones, pero un buen día dejé de programar más clases. Ser chistoso entre tus conocidos y tener “esa chispa” que llama la atención de muchos y que, es causal de disgusto en otros, no es un sello de garantía en el oficio del comediante.

Meses después el entusiasmo volvió. Había un taller nuevo con otros maestros de la Stand up comedy. Me decidí a tomarlo pues era una nueva oportunidad de seguir con ese sueño inconcluso.

Al llegar a la primera clase, me encontré con gente que ya tenía experiencia en la comedia, o que ya había tomado otros talleres. Mis inseguridades aparecieron de nuevo.

Como parte del trabajo de grado, debíamos crear una rutina con las herramientas dadas en el taller.  La mía … ¡ja! Solo alcanzaba para un ja, no para una tripleta de “jas”. Comprender la técnica y encontrar el estilo propio no se lograría, en mi caso, tan rápido. Revisé la rutina una y otra vez. El día de la graduación le hice ajustes a última hora. Traté de memorizarla, pero la inseguridad me hacía más dispersa de lo “normal”.

Llegó la hora de subir a la tarima. Catalina, quien fuera la maestra de ceremonia de la noche, dijo mal mi apellido y tal vez ese era el presagio de que las cosas no saldrían bien. El lugar estaba a reventar. Muchos amigos habían acudido a mi llamado y estaban allí para apoyarme. Al acercarme al micrófono me presenté y empecé mi rutina. Las luces frontales encandilaban un poco pero no lo suficiente para ver al centenar de personas que estaban allí para disfrutar de un show de stand-up comedy. Empecé muy enérgica y efusiva y mis primeros chistes funcionaron, pero poco a poco la energía empezó a bajar, mis chistes no estaban sacando las carcajadas que había visualizado horas antes en mi mente y la inseguridad empezó a tomar control sobre mí. Titubeé un par de veces, dejé de mirar al público, me balanceé sobre mis pies hacia adelante y hacia atrás y terminé la rutina la antes posible. Al terminar, di las gracias con un nudo en la garganta. El público compasivo aplaudió. Mis ojos se aguaron. Mientras salía del escenario, llamaron al siguiente comediante. Al bajar las escaleras algunas lágrimas se escurrieron, traté de disimular y Andrés me abrazó. Me dijo que todo había salido bien y que tranquila, que la próxima sería mejor. Le agradecí sus palabras y en vez de ir al camerino, salí a la calle. Necesitaba respirar el aire frio de la noche para pensar: “¿En qué putas me metí?”

Esa noche me di cuenta de que mi tolerancia a la frustración es muy baja. Fui consciente de lo difícil que es hacer reír a un público diverso y desconocido. También fui consciente de cuan valioso es el apoyo de los amigos y seres queridos (aunque, aquí entre nos, hacer el oso frente a ellos no se siente lindo). También pensé : “¿y a esto me quiero dedicar? ¿qué necesidad tengo de sentirme como el trapo de limpiar el piso?, ¿Existirán otras formas menos dolorosas de hacer reír?” y seguramente sí, pero la única forma de saberlo sería intentándolo otra, y otra y otra vez.

ESCRITO POR: CAROLINA ARIAS

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