Es difícil atacar el papel en blanco sobre todo después de un día de trabajo agotador y mísero donde se supone que es festivo y lo único que parece no estar descansando es la máquina de tus sueños que no andan, coges el papel e intentas escribir chistes desde una caja de privilegio que se siente de todo menos propia, ves esta vida tan lejos de ser tuya, aun así, la fuerza que te impulsa a poner una palabra más en el papel es el deseo y la promesa de volver a coger el micrófono por 5 minutos en un open mic, donde probablemente nadie ría del trabajo al que pusiste tus lágrimas, corazón y fuerza. Pero no importa, hablaste de ese trauma que tenías en la garganta, hablaste de la muerte de tu abuelo, del matrimonio disfuncional de tus papás, de la depresión de tu hermana o del abuso sexual que parece ser una constante para los niños justo como lo fue para ti. Esa es la magia de la comedia, esa es la magia del chiste, cuando alguien ríe de esos hechos desafortunados que parecen la raíz de tus disfuncionalidades, te das cuenta, que allí es donde reside la humanidad y allí es donde reside el talento, pareciera que puedes hablar de todo pero aún no eres capaz de hablar de ti, de cómo aunque lo intentes nunca lo logras, de cómo toda la admiración que tienes en el mundo por ser un profesor universitario a los 24 años se consume en la bujía que hace que tus sueños no arranquen, pero nada de eso importa, porque estas debajo del reflector, un host que también sueña como tu acaba de llamar tu nombre mal pronunciado desde una hoja arrugada que tal vez fue blanca en algún momento, se escurre un aplauso entre mediocre y dormido entre el público, sales a escena, tienes 5 minutos y tal vez menos de 1 para conectarlos y convencerles de que te escuchen, es lo único que quieres, no crees en el daño positivo, pero entiendes que todas las cicatrices valen para algo, y en este momento es donde las personas pueden admirar tus cicatrices y ayudarte a curarlas, sube el ritmo, las risas van más fuertes y sientes como el corazón acelera como los ojos te miran con ilusión como hay un celular por ahí que te está grabando, de alguien que tal vez nunca mire esa grabación pero que en ese momento creyó que valías la pena tanto como para grabarte, palabra tras palabra te sientes en un ring de boxeo cada premisa es un jab y cada remate quieres que sea un gancho al hígado, quieres ganar por knockout como haz visto ganar a tantos grandes peleadores que tienen las noches frías de los bares bogotanos. El réferi pita el final de la pelea, se acaban tus 5 minutos, bajas con sangre, dolor, pero sabes que con 30 segundos más hubieras acabado con ese público, simplemente quieres más.
ESCRITO POR FABIÁN LIEVANO