¿POR QUÉ HACEMOS COMEDIA? – FABIAN GARZÓN

Ni idea, realmente no tengo idea. Tal vez sería más sencillo preguntar ¿por qué no hacer comedia? para responder judeocristianamente que necesitamos alivianar la pesada carga de transitar por este valle de lágrimas y por eso es bueno reír, señor.

Hace años, en mi natal y conservadora Chiquinquirá, fui invitado a contar cuentos en un evento cultural. Por ese carácter de élite que le suelen dar a lo cultural en los pueblos grandes, invitaron y sentaron en primera fila al obispo de la época (obispo célebre por oficiar la misa durante el sepelio de Jaime Garzón y por no tener denuncias ni demandas por acoso o abuso infantil; ambas cosas son rigurosamente ciertas, que conste). En un cuento yo describía un polvo entre dos novios adolescentes. Sentí vergüenza y hasta pensé que estaba haciendo algo indebido cuando noté la inquisidora seriedad del obispo. Esa parte del cuento no buscaba ser chistosa ni divertida, pero hubo risas tímidas en algunas partes del público. Entonces, cual borracho que sabe el alcance de sus gracias, exageré cada mueca, cada gesto y cada gemido con el fin de agradar a unos e incomodar a otro. Podría decir entonces, rebelde y chicaneramente, que hacemos comedia porque queremos incomodar.

También hacemos comedia (hacemos, así dice en el título y parece que se termina respondiendo por otros y no por uno mismo; típico) porque queremos hacer reír, así de queridos somos los comediantes, nos interesa mucho que te diviertas. O también porque nos gusta sentir y vivir la vanidad de que se rían de las cosas que decimos o de las cosas que nos pasan (o de las cosas que decimos que nos pasan, ante todo la honestidad). O simplemente porque nos gusta reír, porque es necesario reír, porque es terapéutico reír. Lo fundamental es que la gente ría porque, entre otras, la gente necesita reír y a veces no lo sabe. La cosa pasa entonces a cómo hacer reír y eso sí es más complicado de responder.

Independientemente de cómo hacer reír, buscar la risa del público es una buena manera de descargar nuestra frustración (claro, el resultado a veces puede ser frustrante), de demostrarnos que las pendejadas que decimos logran divertir y eso a su vez también nos divierte; esa es la perfecta comunión entre comediante y público, un juego de doble vía donde logramos descargar angustias, temores, sueños; es crearnos nuestro propio y fugaz y mejorado mundo para sobrellevar mejor el que vivimos cotidianamente. ¡Pobres almas atormentadas!

Gonzalo Valderrama dice que lo importante a la hora de hacer stand-up comedy es tener algo que (qué) decir. Suena sencillo, pues bastaría con que funcione correctamente el aparato fonador (órganos de respiración, de fonación y de articulación) y eso lo cumplimos la gran mayoría de humanos del planeta, a pesar de la pandemia. Pero tener algo que (qué) decir implica entender que los chistes y el humor requieren voluntad y conciencia.

Cada comediante debe, en algún momento, reflexionar y entender los motivos, causas, antojos, angustias o manías que hacen que se le dé la gana de pararse en un escenario a hacer reír. Pero también, y más importante aún, debe entender plenamente que cada palabra y cada chiste suyo puede llegar a incomodar o minimizar a otro. Y este país está lleno de gente cómoda que minimiza al otro.

No se trata de censurar ciertos chistes porque prohibir es sinónimo de hacer prosperar , pero sí al menos de estar atentos a qué es lo que nos van diciendo entre chiste y chanza. Como escribió Bergson: “para producir todo su efecto, lo cómico exige algo así como una momentánea anestesia del corazón, para dirigirse a la inteligencia pura.” Un chiste puede ser cruel, pero nunca debe servir para un fin perverso. Por eso hay un tipo de humor para cada gusto y para cada mal gusto. Atentos pues.

Escrito por FABIAN GARZÓN

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