Pareciera que no es chistoso ser un privilegiado. O, por lo menos, pareciera que hay más humor en las vacas flacas que en las vacas gordas. Porque no hay nada inusual en una vaca popocha. En cambio, una vaca langaruta es una tragedia de la que se puede hacer comedia. Porque lo anormal es más gracioso. Porque no es común encontrarse una vaca flaca, ojerosa, tetiplana, jodida, desempleada, vaciada, tal vez alcohólica, que siga durmiendo en cama sencilla y cocine en estufa de tres fogones eléctricos. Eso tiene más gracia que una vaca repuestica, tetona, independiente, que ya viva sola, que tenga cocina tipo americano y ya cotice a salud y pensión.
Por eso envidio a los comediantes menos privilegiados en lo económico, porque siento que ellos tienen de donde sacar mejor material para las rutinas. Las suyas son verdaderas aventuras. Por ejemplo, muchos siguen viviendo con sus mamás después de los 30 años. Tiene que ser toda una experiencia seguir siendo el bebé de la casa, con barba, canas y problemas de próstata.
Yo vivo cómodamente con mi esposa y con mi hijo. Qué aburrido. “Ay, sí, voy a hablar de cambiar pañales, jajaja, qué risa, me unté de popó, chistosísimo”. Pfff. Un cliché por donde se le mire. Divertido contar cómo se saca adelante un hogar sin plata en los bolsillos. Ahí sí hay tela de dónde cortar: cómo rinden la leche del niño; cómo reutilizan los pañales de la abuela y se los ponen al bebé (o viceversa); cómo eligen entre pagar jardín para el menor o pagar una capacitación para la mamá; cómo rezan para que los dientes del bebé no salgan tan rápido, y así tengan la excusa perfecta para no comprar carne.
Dicen que la comedia se alimenta, en buena medida, de la tragedia. Quiere decir que, en teoría, los comediantes nutren mejor su buen humor mientras más pasan hambre. Ellos tienen eso en sus vidas: hambre, necesidad, escasez. Ellos no hablan del peligro como un asunto ajeno. No. Ellos enfrentan el peligro a diario. Transitan por barrios de mala reputación, cruzan puentes peatonales, lidian por igual con ladrones impulsivos y policías abusivos. Son como Batman, pero sin plata, sin músculos, sin batimóvil, sin EPS ni ARL. Quisiera ver a Bruce Wayne caminando en la noche por Bosa, sin todos sus jugueticos. No duraría una hora.
En mi vida no hay tragedia. Soy un gomelo acomodado que no puede reírse de sus desgracias, sencillamente, porque en mi vida no hay desgracias. Para mis aspiraciones de comediante, tengo la mala fortuna de ser una vaca popocha, de ubres pronunciadas, a la que no le falta el pasto. Peor aún, estoy casado con una mujer maravillosa y tengo un hijo sano. Mi maldición es que todo me sale bien. Mis “malos días” son pésima fuente de inspiración para hacer rutinas: “Hoy el Rappi se demoró una hora. Jejeje. Tenaz… Horrible. Jejeje. Me quería morir. Jeje. O sea, porque me dio rabia. Je. ¿No les ha pasado?… ¿No?”.
Y luego de esos papelones míos en tarima, se suben comediantes de verdad, jodidos, a hablar de sus hazañas en el transporte público, de cómo es llegar a Soacha, de sus jornadas manejando Picap, de cómo sobrevivieron a un malandro con puñal. Los veo hacer reír al público con sus miserias y me digo en silencio: “Qué afortunados… Si tan solo yo fuera más pobre, o al menos me trasteara un poco más al sur, como al Salitre o algo así”.
He hecho intentos para ponerle un poco más de picante a mi vida. Durante una época decidí correr mayores riesgos, por ejemplo, dejando de usar mi carro. Empecé a montar en Uber X, sabiendo que mi vida correría peligro si era descubierto por una jauría de taxistas. Pero luego me di cuenta que en Nueva York no era tan problemático. La rutina tampoco salió muy bien que digamos: “Si les contara la odisea de montar en Uber X. Jejeje… Todo paranoico de que nos fueran a linchar llegando a Broadway. Je… Qué susto. ¿No les ha pasado?… ¿No?”.
Hace unos meses, saliendo en carro de Rembrandt —un bar de muy alto reconocimiento dentro de la comedia de muy bajo presupuesto—, me paró la policía. Me emocioné. “De aquí saldrá una aventura de abuso policial que después pueda contar de manera divertida”, pensé. Pero no. No pasó nada. Y eso que el agente se esforzó para encontrarme el quiebre. Me pidió extintor, fotocopia de la cédula ampliada al 150 por ciento, registro civil, constancia de aportes a la seguridad social, certificados laborales de mis últimos cinco empleadores y exámenes de sangre recientes. Todo en regla. Tenía un poquito altos los triglicéridos, pero dentro de los límites permitidos. Una decepción para ambos. El policía me regresó los papeles con una mirada de reproche y me preguntó, como última opción:
—¿Ha ingerido alcohol?
Le contesté avergonzado, bajando la mirada.
—No señor… Perdóneme…
—Piérdase —me ordenó con amargura.
Hice lo posible para que las cosas no terminaran así:
—Si quiere… —le dije— puedo regresar y tomarme unos aguardientes… O puedo dar una vuelta, desaparecer el extintor, y usted me vuelve a parar.
No solo soy un gomelo sin necesidades, sino que también soy un gomelo que se mueve en el marco de la ley. No sé qué estaba esperando que pasara con el policía. En mi imaginación iba a ser una escena de película:
—¡Bájese del carro con las manos en alto! —gritaría el agente—. LENTAMENTE- Muyyyy LEN-TA-MEN-TE… Ahora, sin hacer movimientos bruscos… sáquese la papa de la boca… DES-PA-CIO… Eso… Deje la papa en el suelo y patéela hacia acá… Central, tengo con 2855: gomelo con manipulación ilegal de papas en la boca. Repito: 2855. Cambio.
La rutina, como podrán imaginarse, no salió muy bien: “Me paró un policía. Jejeje. Qué susto. Me quería sacar plata. Jeje. Horrible. De lo peor que me ha pasado. Je. Pero yo, firme, con todos los papeles al día. Yo no me iba a dejar. Ni bobo que fuera. ¿No les ha pasado?… ¿No?”.
El desafío que tengo es claro: hacer reír con problemas que no son verdaderos problemas, dramas que no conmueven porque no hay nada de dramático en ellos, excesos que en realidad no lo son. Otra opción es aventurarme a cambiar mi aburrida vida de gomelo y buscar conflictos que me proporcionen más material de comedia. No sé. Podría hacer mal el cálculo en miplanilla.com, a ver si pasa algo inesperado y problemático. O podría forzar las cosas para vivir más al límite, por ejemplo, pagando el celular un día después del vencimiento; o andando en mi carro como un demente, así, sin la revisión técnico-mecánica al día (aunque en realidad no la necesito, porque mi carro es nuevo). Tal vez, incluso, arriesgue mi pellejo de manera casi suicida llamando a mi mujer con el nombre de una exnovia. Así soy yo: un rebelde, un temerario, un gomelo sin Dios ni Ley armado con una papa en la boca.
ESCRITO POR ANDRÉS GÓMEZ