Todos hemos escuchado cuando un abuelo cuenta esas anécdotas de cómo la calidad de vida de su época era similar a la calidad de un producto chino: en fotos se ve buena, pero en la realidad es más frágil que estómago enfrentando un café con leche.
Cuentos en donde “mi papá se transportaba en caballo”, “en mi pueblo había un solo teléfono”, “agarrábamos agua de un pozo que surtía a toda la comunidad”, “tu abuelo y yo nos enamoramos por cartas y después nos casamos”, “éramos once hermanos”, “viajamos en barco por semanas y llegamos a este país sin nada”, “nos dio paludismo y fiebre amarilla”, “yo amamanté a los hijos de la vecina” y “este reloj pasó de mi abuelo a mi papá y luego a mí”. Tras escuchar esas anécdotas, uno agradece que no existe la utópica máquina del tiempo, pues no sabemos si un centennial podría viajar sin regresar con síndrome de estrés postraumático.
Por eso me apena el sólo pensar en ese día en el que yo sea abuelo y me toque hablarle a mis nietos (que seguramente será porque hubo un apagón, sus dispositivos se descargaron y no les quedó otra que sentarse a escuchar los cuentos del abuelo Reuben). Sería algo así como…
– Abuelo, ¿y cómo era la vida en su época?
– ¡Muy dura! Nada que ver con ahora.
– ¿Pero y cómo era un día suyo, por ejemplo?
– Bueno, se trabajaba en condiciones muy difíciles. Las computadoras casi que ni funcionaban si no les conectabas una cosa llamada ratón, que terminaba dando síndrome de túnel carpiano en la muñeca y quedabas de reposo por una semana.
– Wuao…
– Eran otros tiempos… Imagínense que un internet decente era como de cincuenta megas.
– ¿¿Megas??… ¡Ja, ja, ja!… ¿Qué tenían en el router? ¿Un caracol?
– Para que vean… Y con eso hacíamos lo que llamaban “trabajo virtual”, que era estar todo el día en pijama sin salir de la casa y sin ver a nadie en carne y hueso… Uno se sentía preso en una cárcel de máxima seguridad.
– ¡Pobrecito, abuelo!
– Lo bueno es que uno podía trabajar escuchando la música que uno quería. Yo, por ejemplo, escuchaba a uno que se llamaba Bad Bunny, que hablaba de chuparle el pompis a las mujeres.
– ¡Qué anticuado!
– ¡Y eso era un escándalo en esa época!
– ¡Impresionante!… ¿Y qué comían?
– ¡Eso sí era un problema! Imagínense que uno a veces pedía un domicilio y eso podía tardar hasta una hora en llegar.
– ¿Quééééééééé? ¡Casi una huelga de hambre! Impresionante que esté aquí hoy.
– No, pero uno se la vacilaba… Yo después almorzaba viendo mi celular.
– ¡Ce-lu-lar!… ¡Verdad que ustedes usaban eso!
– ¡Aparato del cipote! Para cargarlo había que enchufarlo como una hora.
– ¡Ja, ja, ja!
– Y ustedes no saben lo que uno paría aprendiéndose esos audios y coreografías para montarlas en algo que llamaban TikTok.
– ¿¿En serio??
– Sí… y la gente hoy se queja porque tiene que memorizarse algo pa’ un examen. ¡Eso sí era candela!
– ¡Uy!… ¿Y qué hacían después del trabajo?
– Veíamos películas de plataformas, ¡pero ustedes no saben lo que era el proceso de escoger una película! Uno podía tardar hasta media hora en eso.
– ¿¿¿Quéééé???
– Y todos terminaban agarrados porque querían ver algo distinto.
– ¡Qué horrible!
– Yo por eso me encerraba en mi cuarto y me ponía a ver mis jueguitos de béisbol, tranquilito, unas dos horitas… ¡Aunque había juegos que duraban hasta cuatro!
– ¡En ese tiempo uno saca una carrera hoy, abuelo!
– ¡Pa’ que vean lo dura que fue mi época!
¡Qué pena! La verdad es que me da muchísima vergüenza el sólo pensar en ese día cuando me toque ser abuelo. Aunque nunca pierdo la esperanza en el futuro. Siempre me queda el consuelo de que mi vejez será muchísimo más honorable y digna, si la comparo con el inevitable día en donde a ese nieto mío también le toque ser abuelo.
ESCRITO POR REUBEN MORALES